miércoles, 31 de enero de 2018

DON PABLO EN MI RECUERDO

Estas fueron mis palabras de despedida para don Pablo García Baena, palabras que La Galla Ciencia publicó, junto con las de otros compañeros y amigos, a modo de último adiós. Las reproduzco aquí por separado acompañadas de un gran poema de don Pablo: Palacio del cinematógrafo. Que la tierra te sea leve, compañero.


DON PABLO EN MI RECUERDO

He tenido la suerte de coincidir en los últimos años con don Pablo García Baena en varios eventos literarios de mi ciudad. Lo recuerdo entrando en la Filmoteca, con su gesto de hombre tranquilo y el paso calmado. Recuerdo su voz pausada en el Centro Andaluz de las Letras, rememorando las vivencias de aquel antiguo muchacho junto a Bernabé y sus compañeros de Cántico. No olvidaré la dulzura de su voz en Puente Genil, una dulzura semejante a la musicalidad con que impregnó cada uno de sus poemas.

Coincidí en varios eventos con este hombre afable y cercano y, sin embargo, jamás entablé conversación con él. El motivo: el halo de respeto que, al menos para mí, emanaba de su figura, y la certeza de estar ante uno de los más grandes poetas que ha dado el siglo XX. Me bastaba con disfrutar de su amor por la palabra, de su amor por Córdoba y de su sabiduría casi centenaria. Ese es el recuerdo que siempre me quedará de don Pablo. En su cántico pensaré mientras cantan los pájaros.



PALACIO DEL CINEMATÓGRAFO
 
Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero como siempre.
Tú sabes que estoy aquí. Te espero.
A través de un oscuro bosque de ilusionismo
llegarás, si traído por el haz nigromántico
o por el sueño triste de mis ojos
donde alientas, oh lámpara temblorosa en el cuévano
profundo de la noche, amor, amor ya mío.
Llegarás entre el grito del sioux y las hachas
antes de que la rubia heroína sea raptada:
date prisa, tú puedes impedirlo. O quizás
en el mismo momento en que el puñal levanta
las joyas de la ira y la sangre grasienta
de los asesinos resbala gorda y tibia,
como cárdena larva aún dudosa
entre sopor y vida, gotando
por el rojo peluche de las localidades.
Ven ahora. Un lago clausurado de altos
árboles verdes, altos ministriles, que pulsa
la capilla sagrada de los vientos
nos llama; o el ciclamen vivo de las praderas
por donde el loco corazón galopa
oyendo al histrión que declama las viejas
palabras, sin creerlas, del amor y los celos:
«Pagamos un precio muy elevado por aquella felicidad»;
o bien: «Ahora soy yo quien necesita luz».
y más tarde: «Tuve miedo de ir demasiado lejos»,
en tanto que el malvís, entre los azafranes
del tecnicolor, vuela como una gema alada.
Ah, llega pronto junto a mí y vence
cuando la espada abate damascenas lorigas
y el gentil faraute con su larga trompeta
pasea la palestra de draperías pesadas
junto al escaño gótico de Sir Walter Scott.
Vence con tu áureo nombre, oh Rey Midas;
conviérteme en monedas de oro para pagar tus besos,
en el vino de oro que quema entre tus labios,
en los guantes de oro con los cuales tonsuras
el capuz abacial de rojos tulipanes.
Vendrás. Alguna vez estarás a mi lado
en la tenue penumbra de la noche ya eterna.
Sentado en la caliza de astral anfiteatro
te esperaré. Tal ciego que recobra la luz,
me buscarás. Tus hijos estarán en su palco
de congelado yeso, divertidos, mirando
increíbles proezas de cowboys celestiales,
y yo, ya sabes dónde: impares, fila 13.

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